Elena González Mendiola, profesora de Entreviñas, dedicó el tiempo semanal de “15 minutos contigo” a hablar sobre las rabietas y berrinches. Un comportamiento que comienza a darse en los niños de entre 1 y 2 años y que es importante que los padres y madres conozcan, entiendan por qué se produce y cuenten con herramientas para manejarlo y prevenirlo.

En primer lugar, explicó que las rabietas son parte del proceso evolutivo de los niños a partir de 1 año en adelante. Concretamente, a los dos comienza a desafiar la autoridad de sus padres, poniéndoles a prueba, negándose a hacer lo que le piden o haciendo las cosas que le han dicho que no haga. Esto se debe a que empieza a tener identidad propia y esos desafíos forman parte de un comportamiento que les ayuda a reafirmar su personalidad y autonomía. Asimismo, es normal en esta fase del desarrollo emocional de los niños. Antes de esa edad, añadió, se manifiestan cuando alguna necesidad del bebé no está satisfecha.

En relación a esto, señaló que, hacia el final del segundo año, las respuestas encolerizadas se deben a que no saben manifestar su enfado, ni gestionar sus emociones, ni tienen el lenguaje adquirido para explicar qué les pasa, por lo que aparecen las manifestaciones de ira: chillan, gritan, dan patadas, se tiran al suelo o lanzan objetos con furia. Situaciones de las que pueden obtener un beneficio, pues los padres, algo avergonzados e incómodos, ceden.  Ante esta tesitura, Elena aconseja aprender a decir “No” y a manejarlas, para lo que ofreció una serie de pautas y desgranó algunos posibles motivos.

En general, comentó, las rabietas suelen ocurrir siempre en presencia de la madre, del padre o de la persona que cuida del niño habitualmente. Además, casi siempre se producen en casa o en momentos en los que el adulto está ocupado con otra cosa, cuando hay tensión en el ambiente, vienen visitas, etc. Otros motivos podrían ser:

  • La frustración del niño por no satisfacer sus caprichos inmediatamente.
  • El deseo de llamar la atención para recibir cariño.
  • Estar cansados y con hambre. En este punto incidía en la diferencia con los caprichos, pues hay que acompañarle de forma diferente, es un momento vulnerable para él y hay que tener paciencia, distrayendo su atención.

Asimismo, Elena aconsejó la conveniencia de establecer normas y límites claros, siendo coherentes. En este sentido, si el niño los conoce, no intentará luchar contra ellos. A continuación enumeraba más pautas:

  • Desviar la atención del niño con un cuento, una canción, un baile, un juego… Que sea algo divertido y sorprendente, y cuanto antes, mejor.
  • Ignorarles cuando tienen este tipo de actitudes. No es un momento idóneo para hablar con ellos porque no harán caso, pero les damos a entender que les atendemos cuando se callen. Es más, cuando se pase la rabieta, debemos explicarles que les queremos mucho, haciéndoles ver lo que ha pasado y cómo se han sentido. También tenemos que remarcar lo contentos que estamos cuando se portan bien.
  • Dejarles elegir entre dos cosas. La mayoría de veces, su enfado vendrá ocasionado por querer algo que no puede tener. De ahí que ayude mucho a evitarlo el dejarle elegir solo entre dos opciones. Si se le pregunta “¿Qué quieres para merendar?”, el abanico de opciones que se abre ante el pequeño es infinito, y no siempre al gusto de los adultos. Sin embargo, si se le da elegir únicamente entre dos opciones, ambas válidas, es más que probable que todo siga en calma. Preguntando “¿Quieres jamón o prefieres chocolate?”, se le cierran las opciones posibles sin que él se dé cuenta. Y no tendremos que decirle “no”. Con la ropa que no quieren ponerse, igual, que elijan entre dos cosas.
  • Anticiparse. Por ejemplo, uno de los lugares donde suelen darse más rabietas es en el supermercado. Por ello, es bueno dejarle claro todo antes de entrar, avanzarle que solo se va a comprar leche, pan y huevos. Después, una vez dentro, podemos dejar que participe en la compra cogiendo los objetos y depositándolos en el carro o cesta. De esta forma, estará distraído y se sentirá útil, lo que evitará otras tentaciones.
  • Mantener la calma y hablarle con suavidad, pero con firmeza. Algunas veces hará falta contenerle, sujetarle físicamente, y lo mejor es hacerlo sin hablarle ni mirarle.
  • En ocasiones, ni ellos mismos sabrán cómo terminar con su propia pataleta y será beneficioso cambiar de lugar, salir con ellos en brazos del espacio en el que se encuentran e ir a otro más abierto. A la vez, un paseo puede distraer su atención y hacer que se centre en otra cosa.